martes, 31 de julio de 2012

Historias Comunes

        Era un día como cualquier otro hasta ese momento, nada hacía diferenciarlo de los demás; mi día a día se componía de pura rutina, los mismos movimientos, las mismas actividades que realizaba como una autómata sin pensar, con el piloto automático. Había recogido la casa y, como de costumbre, tenía preparada la bolsa de la basura para tirarla antes de marchar al trabajo; nunca imaginé que un acto tan trivial pudiera cambiarme la vida. Me disponía a levantar la tapa del sucio contenedor cuando me fijé que encima alguien había dejado un libro. La primera idea que me vino a la cabeza fue que para acabar en un contenedor debía ser un libro muy malo y, con lo que se ve últimamente en las librerías, no era de extrañar. Hoy cualquiera escribe, el que lo haga bien o mal ya casi no importa, lo importante es que el producto se venda. A pesar de ello lo cogí porque pienso que un libro, por muy malo que sea, no puede acabar en la basura. Cuando mis ojos se detuvieron en el título lo entendí… “La Pasión Turca” de Antonio Gala, nunca me decidí a leerlo, pero la película es de las que te enganchan o de las que odias, por eso pensé que quizá con el libro pasaría lo mismo. Me subí al autobús, tenía por delante treinta minutos de trayecto hasta llegar a mi destino, aunque mi verdadero destino estaba encerrado en aquellas páginas o mas bien, entre ellas. Ojeé aquel libro pensando en que no lo leería, tenía su versión cinematográfica demasiado reciente y poco nuevo podría descubrir; nada más lejos de la realidad. Casi al final del mismo en la penúltima página, una servilleta de papel de esas finas de los bares, “Cafetería Punto de Encuentro” decía, un numero de teléfono anotado y un nombre, Carlos...

    El Sol entraba por la ventanilla del autobús y me daba en la cara, me había dejado las gafas en casa así que cerré los ojos para evitar que me deslumbrara, automáticamente mi mente empezó a pensar ¿quién sería ese tal Carlos?, ¿qué vida llevaría?, ¿sería tan rutinaria como la mía?, ¿sería joven o viejo? Mil y una preguntas durante todo el trayecto pero lo más curioso de todo es que el resto de la tarde no pude quitarme ese tema de la cabeza, incluso mis compañeros en el trabajo me notaron distraída y así me lo hicieron sentir, distante, como si ese día solo mi cuerpo estuviera allí y mi mente, como en un viaje extracorpóreo, volara hacia tierras inexploradas. Sin darme cuenta, aquél nombre, Carlos, se había instalado en mi cabeza como una obsesión, hasta tal punto que llevaba casi tres noches sin dormir, dando vueltas, imaginando mil historias . ¿Qué me estaba pasando? Encendí la luz de la mesita de noche, allí al lado del despertador tenía esa servilleta con ese nombre y ese número de teléfono. La cogí y no podía dejar de mirarla, era como un potente imán, un número hipnótico... ¡Maldita la hora que agarré ese libro! ¿Y si marcaba ese número?, ¿y si llamaba y salía de dudas? Pero… ¿Qué le contaría a esa persona?, ¿que soy una desconocida que encontró su teléfono dentro de un libro que estaba en la basura? Pensaría que estoy loca. ¿Y si llamaba y me quedaba escuchando su voz? Quizás escuchar su voz pudiera darme alguna idea acerca de esa persona. Sí, sí, creo que de momento esa será la mejor opción, nadie sospecha por una llamada equivocada y así yo me quedaría más tranquila. Esperaría a que fuera de día y haría esa llamada.

     Transcurrieron siete horas y treinta minutos. No, Morfeo no había conseguido que me olvidara de mi plan y con los ojos abiertos antes de que el despertador pudiera sonar, mientras miraba aquellos números en neón que rompían la oscuridad, sonaba el nombre de "Carlos" cual eco caprichoso e involuntario. Se mezclaba con la blancura de las sábanas y el olor a café recién hecho que entraba por la ventana, jugueteaba conmigo hasta el punto de hacer que lo pronunciara en voz alta. Abandoné la cama con el impulso de exprimir cada minuto de aquel domingo, de aquellas horas que tanto me podían ofrecer y, durante un instante, me sorprendí abandonando la idea de seguir adelante con la llamada mientras observaba, desde la ventana, cómo se columpiaba una niña en el parque. Me aferraba al chirrido del balancín, a la taza que tenía en la mano, a la búsqueda de sensaciones que pedía una parte de mí. Fue muy fácil verme en su lugar, balanceándome en el aire y derrochando inocencia por cada poro, a cada sonrisa... En mi vida nunca había acontecido nada que mereciera una historia, nada que reclamara perpetuarse en papel y era sabedora de que las fantasías dejan de serlo cuando se tratan de llevar a cabo pero, ¿y si Carlos era mi hombre imaginario, tan difícil y extraño que mi mente se había encargado de hacer imposible para que la posibilidad de que existiera fuera ínfima y así no decepcionarme nunca? "Oh, estúpida, estúpida, ¡estúpida!, ¿en qué estoy pensando?" - repito mientras camino por la casa por inercia con el libro en las manos. Después de todo, siempre había creído en el destino. "¿... en la basura? No, no puede significar nada bueno. " Por mi cabeza pasaron fragmentos de la película y todas las frases de Antonio que resonaban en mi cabeza, haciéndose un hueco en mi memoria a golpe de cincel. No alcanzo a discernir el motivo por el que ganó aquella de "No soy pesimista. Soy un optimista bien informado". No hubieron monedas en el aire. No tenía otra cosa que la frase, el libro con el nombre de Carlos y, aquella mirada que me desafiaba desde el espejo junto al silencio que gritaba en la casa.

     Me acercaba al teléfono, marcaba la mitad de los números, colgaba. Miraba la pantalla del teléfono en blanco, olía la servilleta... Vacilaba pasos hacia delante y hacia atrás sin reunir el valor hasta que, tras meditarlo, tuve una idea que si bien era igual de cobarde, al menos dejaría en las mismas manos de quien había producido aquella situación. El destino, el culpable... De él dependería mi suerte y la voluntad del camino que tomarían las cosas. Como por arte de magia, en mi mente se desarrolló un plan que de resultar, habría sido el argumento soñado de cualquier novela susceptible de aparecer en el celuloide. A la mañana siguiente, tomaría el mismo camino de cada día para ir a trabajar y, en el mismo lugar en el que comenzó la historia, seguiría y escribiría yo mi parte. Dejaría en esta ocasión, "Ahora hablaré de mí" y en su interior, en letras azules, la servilleta de mi cafetería habitual se encargaría de portar mi número de teléfono y mi nombre, Azahara. No sería yo quien le quitara al destino y a Gala el hilo y la intencionalidad de la historia. Después de todo, "no era pesimista, sino una optimista bien informada"  y necesitaba más tiempo, más información... La misma que había dejado en manos de Antonio, haciendo gala a mi identidad. ¿Quería descubrir o ser descubierta? Sin dar respuesta a la pregunta, tomé un tren hacia el norte. Optando por lo más fácil y placentero: escapar y saborear el juego que acababa de comenzar. Y me movía deprisa, mientras el mundo no podía girar más despacio ni sorprenderme menos. ¿Lo haría?

    Meses mas tarde y algunos prozacs de más, todo aquello no era más que un vago eco que solo resonaba en mi cabeza en aquellos momentos en que la soledad me abrazaba con fuerza, como si en sus brazos todo se redujera a mí y borrara cualquier rastro de afinidad con el resto del mundo. Acurrucada y arrinconada, como si a la niña del parque que vigilaba desde mi ventana se le hubiera apagado la luz repentinamente, temerosa de una oscuridad que sólo lograba desafiar cogiéndome de la mano de él. Carlos me cuidaba, me acunaba y me arropaba por las noches. Mi príncipe azul, aunque siempre vestía de blanco impoluto, como un niño grande vestido de almirante dispuesto a hacer la primera comunión. Ahora él era todo mi mundo o... ¿yo era el suyo? A veces, la medicación no me deja pensar con claridad, confundiendo mis ideas, haciéndome más inútil cada día, cada vez más dependiente, más enganchada, más nada... Nunca entendí porqué me abandonó, los médicos me decían que no existía, pero yo sabía que en las noches él venía a verme, de blanco, procurando que me tomara mi fluoxetina, contándome al oído cuán duro había sido el día sin mí... Medina, me llamaba, jugando con mi nombre, liándome entre sus palabras, enamorándome cada día más. Hasta que un día, simplemente, no volvió. Y aquí sigo, esperando entre gente que no conozco, lejos de mi casa, esperando que algún día aparezca por esa puerta y me lea de nuevo párrafos de aquellos libros que hicieron que él y yo fuéramos una sola persona, que vuelva a darme esa pasión que anhelo y que, en ocasiones, me pregunto si ha existido...  Y hablarle de mí, desnudando hasta el último de mis secretos, entregándole mi alma a cambio de una caricia, un simple roce de su mano en mi cara... 

   Carlos, el enfermero del pabellón C, siempre sintió un cariño especial por Azahara, Medina la llamaba jugando con su nombre, aunque no sabía muy bien si era cariño o lástima por aquella joven siempre sumida en su mundo interior, que siempre tenía una sonrisa para él, pero ni una sola palabra. ¿Qué le habría ocurrido a aquella chica? Cuando la trasladaron a la otra ala del hospital psiquiátrico, en la que había sido su habitación durante el último lustro, encontró dos libros en una caja debajo de la cama, justo en el rincón del cuarto. Pensó en buscarla y llevárselos pero no pudo evitar ojearlos. Dos servilletas de bar llamaron su atención en la penúltima página de cada libro, los dos de "el maestro Gala" tal y como le llamaba él, acérrimo lector. Lo mas sorprendente fue ver su antiguo número de teléfono en la servilleta... Entonces, sólo entonces, cayó en la cuenta. Era aquel libro, "La Pasión Turca" el mismo que él regaló ingénuamente a una chica cuando no contaba con más de 20 años y que ella, despreciando el regalo, ni tan siquiera se fijó en el mensaje que llevaba implícito... Pero, ¿qué hacía Azahara con ese libro?, ¿cómo había llegado a sus manos?, ¿habría sido aquel punto del pasado, aquella coincidencia, el origen de su locura? Dejó los libros en la mesa y se marchó sin hacer ruido. No podía ser más amargo el sabor de la culpa, no podían pesar más las dudas...

   Sin saber hacia dónde caminaban sus pies tras salir de la habitación, se dejó llevar por el impulso de escapar de aquel olor a desinfección. La servilleta en la que ella había dejado su nombre estaba en la página 99. Pudo comprobarlo cuando, por accidente al abrir el libro, salió flotando lentamente por el aire hasta posarse en el suelo. Sus ojos dieron en el pié de página al ritmo en que se agachaba para recogerla y, volvieron a dar con dos nueves, de idénticas propiedades, en la pared que tenía enfrente. Sin dudarlo, apretó el pomo con su mano. No sabía quién estaba dentro pero, sabía que Azahara y su sonrisa querían que abriera aquella puerta. Querría recuperar aquellos libros y merecía que, sin bien el pasado no había correspondido, el presente fuera amable con ella. Su mundo de fantasía merecía un final, incluso el destino y él mismo lo merecía. Con el movimiento de la puerta, la luz se sintió celosa de la blancura de su ropa y con una sonrisa, no menos blanca, avanzaba hacia la chica que estaba en aquella cama con nombre de flor. Lo que se dijeron forma parte de la esencia central de la balanza que mueve el mundo y hace a las buenas personas.

"-Perdona que haya tardado tanto, amor mío. Al igual que tú, olvidé quién era y lo que quería de mí mismo. Te busqué por todas partes y, no hubo un sólo día en el que no esperé tu llamada. Nunca se me ocurrió pensar que tu respuesta había sido la misma que la mía. Nunca imaginé que necesitabas que te salvara tanto como yo necesitaba que me salvaras tú a mí. Háblame, déjame entrar en tu mundo. Tu locura forma parte de mi cordura y, mi locura forma parte de tu lucidez. -"






  Esta historia es fruto de la colaboración entre Helena, Metamorfósis y Two Great Fashionists. Agradecemos desde aquí la ilusión que han puesto en este proyecto y la gran acogida recibida a la idea de realizar una historia escribiendo una parte cada uno desde los blogs "Parola di Hèlena" y "El Club de las Locas Positivas" y el nuestro "The Great Fashionist". Gracias por todo, es un placer compartir con vosotros.

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